lunes, 20 de febrero de 2017

No olvides amarte a ti mismo.

Existe un temor tan desolador que describirlo siempre resulta
una tarea compleja. Caminar es un trabajo muy difícil cuando
te encuentras ciego por la oscuridad o por la luz. 

Las personas somos en gran medida pasionarias, y nos arriesgamos
en muchos casos más de la cuenta, deseando que el resultado se posicione a 
nuestro favor. Y, cuando eso no ocurre:

Negamos, en primer lugar, la posibilidad de poder vivir sin aquello que nos 
hacía felices. Pensamos que en ningún caso podrá pasarnos lo que nos está 
pasando. Somos fuertes, ¿para qué más? Yo soy el dueño de mi destino y 
yo soy el que toma las decisiones.

Después, negociamos con el fin de obtener una nueva oportunidad.
Nos hemos dado cuenta de que nada va cambiar el resultado, y 
mucho menos si nos mantenemos ignorando la situación. Suplicamos
más tiempo, más amor, más preocupación y más vida. Prometemos 
realizar cambios en muchos aspectos con tal de que todo vuelva a la
normalidad, a que se calmen las aguas.

El hecho de ya ser consciente de que nada de lo que hagamos 
conseguirá que ese algo o alguien vuelva, nos lleva a pensar en
todas aquellas cosas que pudimos haber hecho mal en el pasado y que 
nos han llevado hasta esa situación. Entramos en un bucle repetitivo
plagado de culpabilidad y depresión. Sentimos la necesidad de 
disculparnos por nuestros actos. Tratamos de dar respuesta a todas
aquellas preguntas que no deben realizarse. 

Sin embargo, los ruegos no suelen ser escuchados ni todas las preguntas
contestadas. Por lo que, ante la negativa de no
obtener aquello que deseamos con todo nuestro ser, y sentir que ya hemos
pagado suficiente castigo, nos enfurecemos.
Empezamos con un <<¿yo?>>, y terminamos con un <<nunca más>>. Gritamos,
insultamos, desatamos toda la rabia que existe en nuestro interior. Damos 
rienda suelta a la parte más vengativa de nosotros. Juramos y perjuramos que
no vamos a olvidar el daño que nos han hecho en la vida. La irracionalidad
se apodera de nuestra vida y ahora solo actuamos por nuestros impulsos más
primitivos. Activamos los escudos y nos mantenemos alerta, para que nada ni
nadie se cuele en nuestro pequeño mundo tratando de ponerlo del revés
todavía más de lo que está.

Por último, cuando hemos sacado todo de nuestro pecho, y volvemos a llenarlo
de aire, comenzamos a volver a gatear. A volver a ver el mundo con unos nuevos
ojos. Los colores, los olores, las luces... se vuelven mucho más intensas. Entendemos
de una vez por todas que la vida es un proceso que no se para por nada ni por nadie,
y nos lamentamos de todo el tiempo que hemos perdido. Se esfuma la pesadumbre de
los hombros, y parece que todo vuelve a funcionar. Por medio de esta fase aceptas lo
ocurrido, y tu corazón por fin descansa en paz. Vislumbramos un nuevo futuro
y le agradecemos a todas aquellas personas que sufrieron todo este proceso que siguieran
a nuestro lado. Que nos consolaran, y nos hicieran entender que siempre hay esperanza,
y que la vida no nos pone de por medio pruebas que no podamos superar.

Aprendes una gran lección. Cada cual, diferente. - La mía fue:

Nunca olvides amarte a ti mismo. Puedes amar a otra persona, por supuesto. Pero que
eso no te impida nunca luchar por ti, Por lo que consideras justo. Por lo que te mereces.
Porque algún día podrás olvidarte, y vivir arrastrado siempre a las necesidades o a los
pies de alguien que no te valora. Tu vida es tuya, no le pertenece a nadie más. 
Solo hay una, y no debes regalarla. Recuérdalo siempre: "Por amor no tienes que 
renunciar a nada: ni a tus amigos, ni a tu talento, ni a tus gustos.  El amor suma,
no resta".



No hay comentarios:

Publicar un comentario