La vida de las personas es comparable con una pirámide
hecha con piedras. Cada pequeña piedra representa un
elemento de algún sector en particular. Por una parte,
podemos diferenciar a las piedras que representan a las
personas que componen nuestra familia. Por otra parte,
reconocemos a las que representan a nuestros amigos,
a la persona que nos gusta o estamos enamorados,
al trabajo, ocio, compañeros, etc.
La pirámide alcanza un tamaño determinado dependiendo
de los sectores que componen nuestra vida. Cada persona
coloca las piedras en la posición que considera más adecuada.
Eso significa que una piedra será más o menos importante
dependiendo del significado que tenga ésta para dicha persona.
Nosotros, como reyes únicos y supremos nos encontramos en el
punto más alto de dicha estructura. Y, desde ahí, tratamos de
visualizar de la forma más amplia los cambios que suceden en
nuestra pirámide. Cambios que pueden ser aleatorios o totalmente
inducidos por nosotros, con el objetivo de controlarlos y mantener
firme nuestra fortaleza.
Pero, ¿qué ocurre cuando decidimos quitar una piedras que estaba
colocada estratégicamente y además era de las importantes?
Desgraciadamente, la jerarquía se rompe. Comienza el derrumbamiento
de la estructura, y nuestra vida termina por desmoronarse en cuestión de
segundos. Caemos desde una altura prolongada, con hostia incluida.
Es cierto que los cambios ocurren, y muchas veces no estamos preparados
para afrontarlos. Solo queda una solución: volver a reconstruir tu vida piedra
a piedra. Porque, desafortunadamente, cuando un sector es demolido ocurre
un terrorífico efecto dominó que provoca que todos los sectores terminen
afectados de la misma manera.
Nunca sabes lo duro que es volver a empezar hasta que te ocurre. Por eso,
no te burles de las ruinas de una persona. Ayúdala a reconstruir. A
reconstruir, una vez más.
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