martes, 12 de marzo de 2013

Dime dónde vas.

Punto y final. ¿No es una expresión ambigua? Seguro que eres
de los que pertenece a ese tanto por cierto que cuando la lee
se le pasa por la cabeza cosas terribles. ¡Oh, dios mío, un punto
y final! Eso significa que... que va a terminar algo. Pero, ¿Qué
será? Preguntas, preguntas, preguntas...

Es fácil alarmarse. Sin embargo, no. No es este el uso que me
gusta darle al punto y final. Y no estoy hablando de un punto
y aparte disfrazado de punto y final. Cuando digo punto y
final hago una clara referencia a que a partir de ese tramo no va a
seguir continuando algo.

Las personas tienen la mala costumbre de arraigarse a los recuerdos.
Y no quiero decir, a los buenos recuerdos, sino a aquellos tramos de
su vida que no quieren dejar escapar. Aquellos que una vez les hicieron
sentir vivos, y que, por alguna razón, ya no lo hacen y necesitan hacer
que vuelvan a funcionar. Es como un bucle que se rebobina una y otra vez.

Los puntos y finales no son malos, los puntos y finales son progresos. Son
oportunidades. Es bueno saber cuando algo debe acabar. Tiene que acabar.
Es necesario que se termine para poder seguir avanzando. Significa desprenderse
de un tiempo pasado para crear, así, un nuevo tiempo futuro. Porque sabes
que las tienes. Tienes todas tus opciones.

Y es que no hay mejor sensación que sentir que por fin puedes poner punto
y final a muchos ámbitos de tu vida, y comenzar nuevos proyectos ocasionales.
La clave está en aprender a respirar profundamente una vez fijado el punto y final.
Porque ya es hora de seguir caminando.


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