jueves, 14 de marzo de 2013

Las vistas desde aquí son maravillosas.

Noche. Noche oscura. Noche cerrada. Él duerme. O por lo menos
lo intenta. Al parecer hay algo en su cabeza que no para de dar vueltas
cual tiovivo de feria. Si no estoy equivocado, no es la primera vez que
le ocurre. No es la primera vez que esboza una sonrisa mientras finge
que el sueño se ha apoderado de él.

-¿Qué será lo que le martillea?- me pregunto. La duda me aturde. Estoy
apoyado en el marco de la puerta observando todos sus movimientos. Es
curioso cómo, mientras está imaginando dios sabes qué, prefiere quedarse
con el lado cálido de la almohada. Nunca le da la vuelta. Siempre el lado
cálido, creyendo, dentro de su pequeño mundo, que está abrazado a alguien
y que de ninguna forma quiere soltarse.

La energía que salía de esa habitación hacía ponerse de punta a cada uno de
los pelos de mi cuerpo. Parecía una melodía que solo le pertenecía a él. ¿Qué
podrá ser lo que no le permite dormir? ¿Qué estará imaginando? Pero, para mi
sorpresa, aquella sonrisa no desaparecía de su rostro. Así que, una vez la contemplo
por última vez en esta noche, me doy la vuelta y regreso a mi habitación.

Escucho unos pasos que vienen desde el fondo del pasillo. Sé que es él. Sé
que se dirige hacia aquí. Parece que va flotando entre nubes, a través del cielo,
porque me cuesta cada vez más percatar el sonido de sus pisadas. La luz atraviesa
el cristal de la cocina y se cuela sin haber pedido permiso. La duda vuelve a jugar
conmigo mientras me estoy tomando el café. Una vez entra en la sala lo miro
fijamente a sus ojos de dormido.

-¿Qué?- dice con esa voz ronca que todos tenemos una vez nos levantamos de la
cama y hablamos por primera vez en el día.

-Ayer estaba observándote. ¿Qué era lo que estabas soñando?- contesto.

Nunca en mi vida hubiera imaginado su respuesta.

-No te lo puedo decir, pero sí te diré una cosa. Voy a cumplir mis sueños.

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