jueves, 16 de febrero de 2012

Treinta primaveras.

Vaya, mira que he tenido esto colgado, ¿no? Bueno,
siempre aprovecharé algún que otro momento para
continuar escribiendo.

Una discución es una discución, y una pelea es una
pelea. Nadie va a poder cambiar la batalla verbal que
la mayor parte de las veces parecen balas en vez
de palabras. Entonces es cuando la fina línea se cruza,
la gruesa cuerda se rompe, y los papeles vuelan
desorientados.  De hecho, nadie es capaz de medir
aquellas palabras que antes llegaban solo a los talones,
pues ahora llegan al corazón. Ahora solo tienen el objetivo
cruel de destrozar.
Lo que está verdaderamente claro es que algo que jamás
se vuelve a recuperar después de haberlo apostado es
la confianza. Y ya pueden pasar cincuenta mareas,
treinta primaveras o doscientos años que nada vuelve
a ser igual. ¿Por qué? Porque cada persona automáticamente

hace de forma mecánica el continuar con su vida. Y cuando


te quieras dar cuenta ya habrás sido sustituido y no habrá
nada que puedas hacer.
Pero, por fin comprendo que cuando estas situaciones límite
ocurren y los caminos se tienen que separar, supongo que es
el destino quien lo tenía planeado. Es entonces cuando uno
aprende a decorar su propio jardín con nuevas flores, sin
esperar que la marchita regrese al tuyo de nuevo.

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