domingo, 26 de febrero de 2012

Arena en los zapatos.


Entonces subimos en tu coche hacia un lugar totalmente
planeado por ti. La música justamente al nivel 15. El perfume
que desprende tu cuello embriaga el auto. No puedo
apartar la mirada de ti, aunque tu ni siquieras haces el esfuerzo
de mirarme. Intentas mantenerte inerte.
La noche se vuelve cada vez más profunda. Las farolas del cielo
se vuelven cada vez más visibles. Luego confundo tu sonrisa
con las estrellas. Cada vez me vuelvo más loco.
Llegamos. Bajamos del coche. Frío. Mucho frío. Tirito. De repente
tus brazos como mantas me bordean con afecto. Tu calor. De nuevo
tu calor. Me diriges hacia el mirador. La playa vista desde esas
alturas nunca antes había estado tan bella. Los barcos dormían
sobre el suave oleaje. Parecían ser acariciados por cada una de
las olas de aquella playa, de aquella noche. Podía escuchar con
claridad el susurro de la espuma del mar y percibir ese dulce olor
a sal.
Una vez más te diriges hacia mí y me besas. Un beso de esos, suaves,
con pasión. Uno de esos que salen del alma. Un beso que no quieres que
termine. De los que vas a morir de amor. Un beso infinito.
Y por último, esa manía tuya de juntar tu nariz con mi nariz.
Lo que creo que llaman un ''beso de gnomos''.
De nuevo al coche. Gris metalizado. Marrón en tus ojos. Tus manos en
mis manos. Tus labios en los mios. Tus manos en mi ropa. Mis manos en
tu pelo. Mi corazón junto al tuyo. Adrenalina. Más adrenalina. Y unas
manos reveldes que se perdieron esa noche entre ellas,  tu coche,
las estrellas y sal.

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